Vida e historia... Suerte y derrota
Por Administrador
Hay instantes en que hablar de fútbol es tan inconsistente como mirarse fijamente frente al espejo y ver si la cicatriz del brazo va sanando.
Las palabras son las mismas, los lugares comunes son más comunes que cuando ya los encuentras apestosos de tan comunes. Puteas una y mil veces, imprecas otro millar más, pero no llegas a nada, te quedas ahí, frente a la cercana distancia del reflejo, que se esfuma, se confunde, se estaciona sin sentido y de pronto se marcha.
Prefiero dar la espalda, mandar al carajo el reflejo y hablar de lo que brilla para apagarse en el olvido de la estadística, del resultado definitivo, de la burla cobarde contenida por meses, saltarina de ocasión, puñalada sin filo de una mano sin sangre, pero que seguirá fulgurante en el fondo de nuestros recuerdos, de nuestro incomprendido orgullo.
¿Qué me importan los goles perdidos? Al diablo con eso. Me quedo con el esfuerzo, me quedo con la entrega, me quedo con la camiseta sudada por ese extraño que llegó con una duda en la cabeza y otra en los pies y que se fue cabizbajo en la amargura del fracaso, dolido como el amante más grande de la pasión bohemia, convertido en uno más. Pero me quedo con que esas dudas iniciales las apagó con actitud, consigo se llevó certezas y se largó con el corazón pleno, pues no tembló ante la adversidad y falló porque falló, y así de simple, y esto es vida.
Me quedo con las caídas y los errores, con los aciertos buenos y los aciertos inolvidables. Me quedo con la mirada de espanto del que se sentía superior y que vio con miedo cómo un tropel de bastardos le pasaba por encima, le ganaba en su ley, le hacía temblar las piernas y el ego, le invadía la mente, le comía a voraces mordiscos los sueños...
La vida es injusta, al menos en el 99,9% de las veces. La historia es amnésica con la hidalga batalla del derrotado. La suerte es ramera siempre.
Pero una cosa la aprehendo y la escondo en el bolsillo sin fondo de la defensa utópica de la justicia de lo injusto: nunca pierde el que lucha con limpieza, con valor y sin miedo. Le abrimos una yaga a la vida y nos libertamos de su yugo, grabamos en la trascendencia con inusual valía el nombre del paria, ultrajamos a la puta fortuna hasta saciar nuestras más oscuras ansias, pero nos faltó sacarnos el protector, para haberle dado un hijo, ese hijo que nos penará en la conciencia, pero que nos tentará y desafiará a desterrarlo del infierno...
Por Administrador
Hay instantes en que hablar de fútbol es tan inconsistente como mirarse fijamente frente al espejo y ver si la cicatriz del brazo va sanando.
Las palabras son las mismas, los lugares comunes son más comunes que cuando ya los encuentras apestosos de tan comunes. Puteas una y mil veces, imprecas otro millar más, pero no llegas a nada, te quedas ahí, frente a la cercana distancia del reflejo, que se esfuma, se confunde, se estaciona sin sentido y de pronto se marcha.
Prefiero dar la espalda, mandar al carajo el reflejo y hablar de lo que brilla para apagarse en el olvido de la estadística, del resultado definitivo, de la burla cobarde contenida por meses, saltarina de ocasión, puñalada sin filo de una mano sin sangre, pero que seguirá fulgurante en el fondo de nuestros recuerdos, de nuestro incomprendido orgullo.
¿Qué me importan los goles perdidos? Al diablo con eso. Me quedo con el esfuerzo, me quedo con la entrega, me quedo con la camiseta sudada por ese extraño que llegó con una duda en la cabeza y otra en los pies y que se fue cabizbajo en la amargura del fracaso, dolido como el amante más grande de la pasión bohemia, convertido en uno más. Pero me quedo con que esas dudas iniciales las apagó con actitud, consigo se llevó certezas y se largó con el corazón pleno, pues no tembló ante la adversidad y falló porque falló, y así de simple, y esto es vida.
Me quedo con las caídas y los errores, con los aciertos buenos y los aciertos inolvidables. Me quedo con la mirada de espanto del que se sentía superior y que vio con miedo cómo un tropel de bastardos le pasaba por encima, le ganaba en su ley, le hacía temblar las piernas y el ego, le invadía la mente, le comía a voraces mordiscos los sueños...
La vida es injusta, al menos en el 99,9% de las veces. La historia es amnésica con la hidalga batalla del derrotado. La suerte es ramera siempre.
Pero una cosa la aprehendo y la escondo en el bolsillo sin fondo de la defensa utópica de la justicia de lo injusto: nunca pierde el que lucha con limpieza, con valor y sin miedo. Le abrimos una yaga a la vida y nos libertamos de su yugo, grabamos en la trascendencia con inusual valía el nombre del paria, ultrajamos a la puta fortuna hasta saciar nuestras más oscuras ansias, pero nos faltó sacarnos el protector, para haberle dado un hijo, ese hijo que nos penará en la conciencia, pero que nos tentará y desafiará a desterrarlo del infierno...
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